Exaltación de la Sta. Cruz, 14 Septiembre
¿Recordamos una ceremonia emotiva del Viernes Santo? El Sacerdote eleva en alto la Cruz, y grita por tres veces:
- ¡Este es el madero de la Cruz, en el cual estuvo colgada la salvación del mundo! Y todos respondemos:
- ¡Venid, adoremos!…
Hoy repetimos esta escena, pero de una manera muy diferente. Hoy no lo hacemos entre gemidos de dolor, como en aquel día luctuoso de la muerte del Señor. Hoy lo celebramos, en esta fiesta, con aire de triunfo.
Podríamos decir —con una comparación que nos puede resultar algo nueva—, que hoy no miramos al Calvario, sino a lo alto de los cielos, cuando se abran éstos en el último día y aparezca, como dice Jesús, la señal del Hijo del Hombre, la de Jesucristo triunfador, que vuelve a la Tierra para juzgar a los vivos y a los muertos.
Y hoy con júbilo, sin las tristezas del Viernes Santo, adelantamos aquel aplauso enorme e indescriptible en que estallaremos cuando veamos venir a Jesús sobre las nubes del cielo con gran poder y majestad.
Por eso se llama esta fiesta, muy lejos ya de Semana Santa, La Exaltación de la Santa Cruz.
La primera lectura que escuchamos en la Misa de hoy nos recuerda vivamente el misterio la Cruz. El pueblo hebreo, pecador por sus quejas y gritos contra Moisés y contra Dios, está sufriendo estragos en el desierto, donde han aparecido unas serpientes venenosas que están matando a muchos. Moisés consulta al Señor, que le dice:
- Levanta en alto, a la vista de todos, una serpiente de bronce. Quien la mire, una vez picado por esas serpientes, conservará la vida y no morirá (Números 21,8) Jesús hace suya esta palabra, y nos dice a nosotros:
- Así ocurre hoy con el mundo pecador. Muere sin remedio quien es mordido por aquella serpiente del paraíso. Pero, no tengáis miedo. Yo tengo machacada debajo de mis pies a esa serpiente infernal. ¡Miradme a mí! Mirad mis llagas, de las que salió la Sangre redentora. Mirad mi Corazón abierto. Miradme con fe, y entregaos a mí. El veneno ardiente de Satanás no hace ningún daño a quien me mira y se me confía (Juan3,104-15) El apóstol Pablo lo grita con voz de triunfo. Describe la humillación espantosa a que se sometió obediente Jesucristo, hasta aceptar morir en la cruz. Pero viene después, contra Satanás, la revancha de Dios:
- Por eso Dios ha exaltado a ese Crucificado, y le ha dado un nombre que está sobre todo nombre, de modo que al nombre de Jesús —hombre que muere en el patíbulo—, se doble toda rodilla en el Cielo, el la tierra y en el infierno, y que toda lengua proclame que Jesucristo es Señor, es Dios, para gloria de Dios Padre (Filipenses 2,9-11)
Si celebramos la fiesta de hoy con este espíritu de fe en la palabra de Dios, podemos llamarla, con toda verdad, La Exaltación de la Santa Cruz.
Esto suena a triunfalismo, y lo es de verdad.
Un triunfalismo santo.
Porque estamos orgullosos de Jesús.
Valió la pena el pecado de Adán en el paraíso, que nos ha merecido un Redentor semejante…
Pero, como siempre, nuestra fe es vida, y debe ser vida esta fe en la Cruz de Cristo. De lo contrario, habríamos de temer el reproche severo del apóstol Santiago: la fe sin obras es una fe muerta…
Nuestra fe en la fuerza salvadora de la Cruz la manifestamos con actos muy simples, pero muy significativos, de nuestra religiosidad popular.
¿Cuánta es la veneración de nuestros pueblos americanos a la Cruz de Jesús, al Santo Cristo, como le llaman nuestras buenas gentes?…
No debemos perder ese amor a la Cruz, que llevamos en el pecho o veneramos en nuestras iglesias y en nuestros hogares con culto tan especial.
Ojalá que la Cruz de Cristo no sea nunca sustituida entre nosotros por simbolismos muy de moda, pero paganos del todo…
Miramos además la Cruz como algo que nos toca muy de cerca.
La cruz nuestra de cada día no nos da miedo, porque sabemos que esa cruz de hoy será mañana una cruz luminosa de gloria.
Si no viéramos a Jesús con su Cruz delante de nosotros, ¡cuánto que nos costaría la cruz nuestra!…
Y vemos la Cruz de Cristo —una cruz viviente— en los hermanos que sufren.
Al ver sobre sus hombros la misma Cruz de Cristo, les ayudamos a llevarla, les aligeramos su peso, les suavizamos su dolor.
La salvación de la Cruz nos viene a nosotros a través de ese Cristo que miramos en el hermano. El hermano que lleva su cruz se convierte para nosotros en un portador de la gracia merecida por Jesús.
¡Salve, Cruz triunfadora!
¡Salve, Cruz salvadora!
Jesucristo te llevó con toda gallardía, murió en ti, y tú eres el signo de su victoria.
¿Sabremos nosotros llevarte así y triunfar también contigo?…