Domingo Séptimo de Pascua B – Juan 17,11-19
Jesús ha terminado de hablar a los apóstoles después de esa Ultima Cena tan emotiva. Está el Señor que no puede con su alma de tanta emoción.
Y ahora se dirige a su Padre con la que se ha llamado siempre la Oración Sacerdotal de Jesús. Los acentos de su voz alcanzan unas cimas nunca escaladas por el hombre.
Mirando a los discípulos, a los que quiere tanto, y viéndolos a merced de un mundo que los va a odiar por llevarle precisamente el mensaje de Jesús, pide al Padre por ellos con una emotividad casi incomprensible. ¡Se necesita querer mucho para hablar y pedir por ellos de esta manera!… Así era Jesús, todo corazón.
Comienza su oración diciendo:
– ¡Padre santo, guarda en tu propio nombre a éstos que tú me has dado!
Estas palabras son de una confianza total para nosotros. Dios nos eligió en Cristo, nos entregó a Cristo, y Cristo responde por nosotros poniéndonos en la mano de su Padre, de la que Él dijo hablando a los jefes de los judíos: -A esas mis ovejas no las arrebata nadie de la mano de mi Padre. Nos basta a nosotros no escaparnosvoluntariamente de la mano de Dios para que tengamos bien segura nuestra salvación. Como tenemos segura más que nadie, ya en este mundo, la Providencia amorosa de Dios nuestro Padre, que no nos puede abandonar jamás. La desconfianza no cabe en el hombre que tiene fe. Si Dios está a nuestro favor diremos con San Pablo , ¿quién contra nosotros?…
Sigue Jesús con una petición que hoy es de una actualidad enorme en la Iglesia:
– ¡Que todos ellos sean UNO!
Estamos empeñados en hacer una realidad el deseo, el mandato y la plegaria del Señor. Nos hemos decidido a llevar adelante la obra del ecumenismo, por el que buscamos la unión de todas las Iglesias cristianas, y lo único que no admitimos con todos los hermanos separados es la siembra de más divisiones entre nosotros. ¡Jesús no lo quiere, tampoco lo queremos nosotros! ¡Jesús pide nuestra oración unida a la suya, y nosotros oramos con Él!… ¡Hasta que seamos UNO!…
Sigue Jesús con una afirmación que diríamos, hablando a nuestro modo, es una autodefensa. Le dice al Padre lo mucho y bien que nos ha guardado, y que sólo Judas, el hijo de la perdición, se le ha podido escapar. Jesús no pudo hacer más por mantenerlo fiel a su lado. Cuando esta noche lo vea en el Huerto, recibirá Jesús beso traidor, no lo rechazará, y hasta le llamará, como un último esfuerzo: ¡Amigo!… Todo será inútil. Pero Jesús, y seguimos hablando a nuestro modo, tendrá la conciencia tranquila…
Esta será la historia de todos los que se pierdan. Tendrán que culparse a sí mismos, porque Dios, por Jesucristo, habrá agotado todos los medios para salvarlos. El respeto sumo que Dios mismo tiene a nuestra libertad es para nosotros una responsabilidad enorme. Dios me da todo, ¿pero, respondo yo a todo lo que Dios me da?…
Ve Jesús lo que espera a los suyos, odio y persecución, y le suplica ardientemente al Padre:
- El mundo los odia porque no son del mundo. Y yo te pido que no los saques del mundo, sino que los guardes del Maligno.
Será también la historia nuestra. Pueden abundar los malos. Sembrarán todo el mal que puedan. Nos querrán hacer todo el mal que esté en su mano. Satanás, el maligno, se servirá de ellos para perdernos irremisiblemente… Nosotros mismos, temerosos o hastiados, querremos salir del mundo para vernos libres de tanto mal. Pero Jesús nos seguirá diciendo:
- No; fuera del mundo, no. En el mundo, pero sin ser del mundo. Precisamente porque, metidos en medio del mundo, tenéis vosotros que transformar ese mundo malo en un mundo bueno. Esta es vuestra misión. Enamoraos de mí, y no os enamoraréis del mundo. El mundo entonces no os arrastrará detrás de sí con todas esas costumbres totalmente opuestas a mi Evangelio…
La última palabra de Jesús es la manifestación de su generosidad más espléndida.
- Para que estos mis discípulos sean consagrados en la verdad, yo me consagro a mí mismo, por ellos me entrego al sacrificio de la Cruz.
Quien se mantenga en el error, quien no acepte el Evangelio de Jesús tal como el Señor nos lo entregó, será también como en el caso de Judas porque no aceptó la generosidad inmensa de quien todo lo hizo para salvarle…
¡Señor Jesucristo!
Ruegas por mí con las mismas palabras y con el mismo acento que en aquella Cena Ultima. ¡Qué seguridad la mía!… No me quieres fuera del mundo, sino dentro del mundo, para cumplir la misión que me confías de trabajar por el mundo, llevándole la salvación que Tú nos trajiste.
¡Señor Jesús! Líbrame del Maligno. Tú mismo dijiste que ese príncipe de este mundo no tiene que ver nada contigo, porque Tú lo ibas a arrojar fuera, y que al mundo tú lo tienes vencido. Estas palabras tuyas son palabras de triunfador. Tu derrota de la Cruz es la victoria del bien sobre el mal, del amor sobre el odio, de la pureza sobre el pecado del mundo… Cuanto más humildes, pobres y desamparados nos cree el mundo, tanto más fuertes somos contigo, ¡Señor!…